domingo, 14 de febrero de 2010

Despedida en cuotas...

Lo que sigue es una ampliación a un comentario que hice para Carla, una joven venezolana, extraordinaria narradora. Ella vive en New York, y le escribí a propósito de su nostalgia por Caracas. A mi único seguidor y a alguno de mis lectores les recomiendo ampliamente sus narraciones. El link de su blog es:

http://extranjeraenel7-d.blogspot.com/

Carla tiene un talento fuera de serie y siempre es un placer leerla. Me conmueve, me hace reir y pensar. Seguro la van a disfrutar tanto como yo.


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Difiero, mi querida extranjera. La única manera de entender lo que dices no es yéndose y te doy mi punto de vista.

A finales de 2009 llegué a la conclusión de que es tiempo de marcharme de Venezuela. De cambiar todo un plan de vida concebido desde 1980. Entonces tenía claro que mi boleto a esta tierra de gracia era solamente de ida, sin retorno. Haría mi vida y tendría mi familia aquí y seguramente, terminaría mis días aquí. De hecho, quiero que mis cenizas sean esparcidas en alguna playa de Mochima. Siempre aquí. En 1999 con el divorcio, ni siquiera pensé en irme. Mi vida estaba y lo que es peor, sigue estando aquí. Siempre aquí.

Sin embargo, a pesar del dolor que puede causarme la partida, me queda claro que no voy a pasar mis últimos días bajo la bota de un dictador ignorante, soberbio y ególatra, que, secundado por un ejército de focas sin cerebro, dispondrá lo que puedo o no decir, lo que puedo o no pensar. No hace falta irse para saber lo que sientes.

Y esto ha significado la pena enorme de despedirme todos los dìas que faltan hasta que concrete la fecha, el destino y la forma de marcharme. Aún no sé si volveré a mi México natal, o sencillamente, iré sin rumbo buscando un lugar donde acampar. Total, soy extranjera en todas partes. No hace falta irse para saber lo que sientes.


Ustedes, jóvenes, tienen la vida por delante, aunque eso no hace las cosas menos dolorosas (ya transité ese camino con 23 años y no fué fácil), pero con mis más de 50 años esto se siente como sal en una herida no cerrada. ¿Recuerdas lo que te dije alguna vez de ser siempre extranjera? Dentro de mí, algo se revela y me dice: !No, por Dios! ¿Otra vez?

Y me duele el alma todos los días que contemplo el Ávila y la luz de esta época del año que no se parece a nada. Y los araguaneyes locos floreciendo a destiempo, y las guacharacas y su escándalo y el jugo de caña (natural y con doble limón que no debiera engordarme) que me tomo a veces en la autopista y le compro a la morena siempre sonriente. No hace falta irse para saber lo que sientes.

Y me despido de este clima maravilloso siempre benévolo. Y lloro por mi trabajo feliz enmedio de ese bendito jardín en el que puedo mirar al Ávila con Caracas a sus pies, sólo caminando un par de minutos. Por toda esa gente amable y sonriente para la que trabajo y que me alienta, por mi jefa que dice que "soy un ángel".

Y siempre el Ávila. Mi pequeño apartamento en la última calle de Caracas, que corre pegada a sus faldas. Y lloro porque no podré llorar el próximo año que lo vuelvan a incendiar. Y echo de menos, sin haberme ido, los sonidos de la noche, los grillos, el silencio de las madrugadas y las guacharacas y guacamayas al amanecer. A mí, que nací en un llano inmenso, el Ávila me hechizó desde el primer día que lo ví. Era mayo de 1982, acababa de llover y desde la Cota Mil se veían nubecitas sobre la ciudad. Mi hermana me preguntó una vez cómo era Caracas y recuerdo haberle respondido: Verde, siempre verde. No hace falta irse para saber lo que sientes.

No me he marchado y ya tengo los ojos secos de tanto llorar y sigo llorando sabiendo que siempre tendré lágrimas para acompañar mi nostalgia por esta tierra bendita en la que construí todo lo que me es preciado en la vida. ¿Me rendí? Tal vez. ¿Soy una cobarde? ¿Mal agradecida? No lo sé. Debo confesar que no importa que tan bien pueda estar en otra parte, siempre tendré la nostalgia de esta Caracas amada. Y sabiéndolo con certeza, empiezo a sufrir antes de irme. No hace falta irse para saber lo que sientes.

Y me sigue doliendo porque veo a mis dos hijas que harán su vida, aquí o en cualquier parte, tal vez como yo, diciéndole adiós a su país natal. Y quisiera ahorrarles esa pena y no puedo. En fin, que hoy no te doy ánimo. Sin embargo,me solidarizo con tu nostalgia aunque no esté de acuerdo contigo. Para entender lo que sientes, no hace falta irse.

Un beso.