viernes, 23 de marzo de 2018

Este es un texto que escribí para un ejercicio de nuestro taller de escritura creativa, dictado por mi querida amiga y maestra, Milagros Socorro. Lo dejo tal cual como se leyó al final del ciclo. No quiero pulirlo, ni quitarle, ni ponerle. Después de casi dos años de regreso en México (llegué en julio de 2016), hasta ahora lo puedo leer sin llorar.


EL DESARRAIGO

Con el atrevimiento del amor y la juventud, me casé y acepté irme al año siguiente a Venezuela, a Grecia o a donde fuera y empecé a despedirme de mi familia, amigos, trabajo, patria. Me inventé que los llorones de “México lindo y querido” y “Las golondrinas”, no eran más que faltos de madurez. Me dije que una es de donde construye su vida. Sencillo. Marisabidilla yo.

Al aterrizar en Maiquetía, anochecía. Divisé las luces de Caracas desde el avión, suspiré y, como un mantra, me repetí que “esto”, -Venezuela- me tenía que gustar.

Llegamos a un apartamento en la Calle Sur 4, ruidosa, pintoresca y llena de bares. El viejo edificio aún conserva una fabulosa entrada de mármol en tonos grises. La falta de limpieza y el olor a basura hicieron que mi valentía se resquebrajara. El apartamento en el 6° piso, atiborrado de muebles viejos y enormes, y empapelado de tapices setentosos me arrugó el alma. Forcé una sonrisa.

Mi primer encuentro con Venezuela de día fue a la siguiente mañana de mayo de 1982. Fuimos por la Cota Mil hasta Los Palos Grandes y vi ese paisaje extraordinario: Caracas abajo, llena de nubes; arriba, el Ávila en infinitos tonos de verde y el cielo azul de fondo.

Fueron años duros, con poco dinero, viviendo en casa ajena –mis suegros volvieron de Grecia a los pocos meses- y en un sitio tan hostil, que más de una vez pensé armar la maleta y no volver nunca. Dos cariñosas vecinas, una griega y la otra del Líbano, me enseñaron a cocinar mientras conseguía la documentación para poder trabajar.

En extranjería me dieron una cédula de identidad de transeúnte en la que a pesar de la reciente reforma del código civil en 1981, me pusieron el apellido de mi marido. Al poco tiempo me la canjearon por la venezolana. Ese día regresé a casa sollozando las cinco cuadras, despojada de mi pasaporte mexicano. Me sentí desolada, en total desamparo, con la identidad perdida.

Empecé a trabajar. Aprendí a ir y venir en transporte público y me tocó inaugurar el Metro. Apareció en mi vida Antonieta, carupanera, que fue la madre cariñosa que estuvo conmigo cuando perdí mi primer bebé. La que hizo de abuela de mis hijas y a la que seguimos amando y tratamos de ver con frecuencia.

No volví a decir “pajita” por pitillo, ni “tiradero” por desorden. Los frijoles negros se volvieron caraotas y la sandía, patilla. Una merideña, madre de un entrañable amigo, me enseñó a hacer hallacas gochas y en su casa me comí la mejor arepa de maíz pilado con chicharrón que calmó los antojos de mi segundo embarazo.

A despecho de lo que pensaba, un buen día me encontré llorando desconsoladamente al oír “México lindo y querido” y escuché una versión de “Las golondrinas” con Nana Mouskouri que me sigue sacando lágrimas de lo más hondo. Extrañé a mis padres, hermanos, amigos y a mis cuarenta y tantos primos. Añoré mi ciudad natal: las frecuentes fiestas de cumpleaños, los mercados llenos de nopales, tunas y pitayas; la pasta de mole, los chiles y las tortillas. Los burritos de doña Cata y el pozole de “La gorda”. Los postres de mamá y mis tías. Dolió y dolió. Algunas veces, duele... ¡Y mucho!

En 1985 nos entregaron nuestro apartamento en la última calle de Caracas que no tiene vista al Ávila, sino que se nos mete dentro porque lo tenemos tan cerca que casi se puede tocar. Con mis nuevos vecinos, lloré desesperada sin tener noticias de México por más de dos semanas durante el terremoto de 1985.

Con intervalo de cuatro años, tuve mis dos hijas venezolanas, a quienes inculcamos amor por su patria, Venezuela. No quisimos que se sintieran extranjeras como nosotros. No las educamos como a algunos hijos de inmigrantes, sin sentido de pertenencia. Al divorciarme, no quise regresar a México y alejarlas de su buen padre. Decidí quedarme.

¿Por qué? Por amor a mis hijas caraqueñas y a esta tierra de gracia. Por el Ávila siempre verde. Por mis entrañables nuevos y viejos amigos de estos treinta y pico de años. Porque ya no puedo imaginar una tarde sin bandadas de pericos y guacamayas, ni un amanecer sin el escándalo de las guacharacas.

La herida del desarraigo sanó poco a poco, enamorándome de esta ciudad caótica y de lo poquito que conozco de Venezuela. Admito que tengo miedo de verme obligada a salir de este país para volver a pasar por el fingido “estoy muy bien”. No quiero llorar escuchando “Alma llanera” ni “Caballo viejo”. Tampoco extrañar Caracas, el tibio mar Caribe y la Gran Sabana. Deseo morir en mi tierra adoptiva y que mis cenizas sean esparcidas entre Mochima y el Ávila. Aunque esto no quiera decir que no llore escuchando “México lindo y querido”.



Herminia Torres

Caracas, septiembre 2014.

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sábado, 2 de abril de 2011

Amores brujos...

Cuando era niña, detestaba a los gatos. En casa de mis tíos Barba, allá por los años sesenta, tenían un enorme y gordo ejemplar dorado de nombre "Mongo", cuya función era dormitar sobre una silla igualmente dorada, con tapicería de terciopelo rojo de la cual parecía formar parte. Creo que eligieron a ese animal porque armonizaba con la decoración. Era un gato flojo y malvado que tenía especial pasión por dar el zarpazo a todo el que pasaba a su lado. ¡Odioso!

Glotón empedernido, nos perseguía para que le diéramos de nuestras golosinas. Una vez, Carlos mi primo y yo, le dimos una tableta de "Ex-Lax" (chocolates laxantes). Eso fue un desastre, pero "Mongo" jamás volvió a pedirnos comida y mucho menos a arañarnos.

Algún tipo de rinitis alérgica reafirmó mi aversión a los gatos hasta que las pasadas vacaciones en México conocimos a tres personajes. "Tomás" el gato de casa de Humberto y Flor y "Bruno" y "Carmelo" los dos gatos de Bertha mi prima.

Mi hija Fabiola regresó decidida a tener un gato en casa (supongo que su amor por los animales y la ausencia de su hermana hicieron el resto) y empezó la ardua labor de convencerme. El primer argumento, muy obvio, por cierto, (y muy bien manejado por una abogado en ciernes) fue que en los días pasados en México no tuve ninguna alergia y hasta acaricié a "Tomás".

Así las cosas, el pasado septiembre, Fabiola me llevó un domingo a ver gatitos para adoptar. Nos mostraron dos cachorritos mínimos (una hembra atigrada y un macho negrísimo). Fabiola solamente estaba tratando de ablandarme y ni en sus mejores sueños regresaríamos a casa con un gato. Kirsy -la chica que es apasionada de las mascotas- nos vió cara de buenas personas y nos contó lo difícil que es dar los gatos negros en adopción, porque muchos babalaos, hechiceros, brujos o como se llamen, los buscan para rituales extrañísimos que implican cortarles la cola o las patas, amén de otra serie de atrocidades de las que no quiero hacer memoria.

Mi corazón se conmovió con esa pelotita negra. Pesaba 300 gramos y estaba en el último estado de abandono. Flaco, con el pelo opaco, lagañoso, huesudo, desvalido (nos explicaron que los habìan encontrando famélicos en un basurero en Macaracuay). Kirsy decidió que lo íbamos a cuidar bien y con la condición de castrarlo a los cinco meses y reportarnos para informar de su progreso, nos dieron el gatito. Compramos los pertrechos, nos encontramos una amiga "experta gatuna" y a a casa.

Las primeras semanas Fabiola tuvo una dedicación y responsabilidad con su mascota de la que me siento muy orgullosa. Lo habían maltratado de tal forma que tenía la nariz y la lengua rota -presumiblemente un zarpazo-. No se podía alimentar ni lamerse. Hubo que darle antibióticos de madrugada. Alimentarlo con cucharilla y enseñarlo a limpiarse. Fabiola, pacientemente le daba de comer, sus medicinas y también le pasaba un algodón húmedo por el cuerpo.

Afortunadamente ya lo habían entrenado para que usara la caja de arena. Igual, esa época fue muy dura, y por otro lado, salió más caro que haber comprado un gato persa o un siamés con reales ancestros.

El nombre original, escogido por su ama fué "Felipe". Yo decidí llamarle "Brujo" para amedrentar a cualquiera que quisiera hacerle daño. Meterse con un gato negro con ese nombre no es cosa fácil. Y "Brujo" se le quedó de nombre.

Es un sobreviviente, genéticamente evolucionado para salir adelante en condiciones adversas, amén de un tipo con suerte. Fabiola le ama locamente y debo admitir que yo también. Aún es un cachorro y a veces hace travesuras, pero sus serios problemas de personalidad (a veces se comporta como un perro y otras como una guacamaya) lo hacen ser todo un personaje.

El veterinario que lo vió cuando no tenía ni tres semanas de nacido, se sorprendió de atenderlo hace un mes. Nos dijo que no había querido desalentarnos, pero que no pensó en su momento que el gatito fuera viable. Ahora está grande (pesa más de cuatro kilos), gordo, guapísimo. Con el pelo brillante, lustroso, ágil, despierto, vivaz (lo agarran entre dos y casi hay que matarlo para ponerle una vacuna o cortarle las uñas).

Me acompaña en este momento a escribir su historia, frotándose en mi pantorrila e intentando subirse al escritorio. Tiene hambre y maúlla suavemente. Lo acaricio y juega conmigo y luego me ordena con su elegante andar, que lo siga a la cocina y le llene su plato. Hace calor y ahora está tomando más agua. Le hemos comprado un cuenco más grande por si un tráfico caraqueño nos hace llegar tarde.

"Brujo" ha cambiado nuestra manera de ver la vida y manejar la casa. Estamos convencidas que desde su gatunidad, asume que la casa es suya y nos permite vivir aquí porque le alimentamos, jugamos con él y sobre todo, ahora que fue castrado y es más grande, se deja y busca que lo acariciemos. Su suave ronroneo es tranquilizador y logra que uno se aquiete del alma y del cuerpo aliviándonos de este marasmo de ciudad y país en que vivimos.

No se puede dejar ni un plato sucio porque seguramente va a lamerse las sobras, así que siendo habitualmente ordenadas, tenemos que serlo un poco más. Cuando Corina regrese de la madre patria, seguramente lo amará como nosotras dos y celebrará que nos hayamos vuelto aún más pulcras.

"Brujo" come lechosa (papaya) y a mi rutina cotidiana de las mañanas -mi sempiterno plato de fruta picada-, hay que agregarle el platito de "Brujo" con una microscópica porción de lechosa picadita que lo pone feliz. Es increíble que deje cualquier cosa para comer fruta (no podemos ignorar que es un mamífero, carnívoro, digitígrado y félido). También come coliflor, y si te descuidas, te birla las galletas o el chocolate. Tiene pasión por el helado y el queso. Estamos muy atentas de no dejar nada que pueda hacerle daño a su alcance, pero con autorización del veterinario, come fruta. Pareciera que es buena para todo el mundo...

A mi regreso a casa me sigue como un perro y su mayor fechoría consiste en pescar una bolsa plástica y jugar a la persecusión con ella. Cuando estuve tan estropeada con los dos tratamientos de conducto, en vez de jugar o intentar mordisquearme, se enroscó a mis pies y se quedó quieto a mi lado. Si regreso cansada o triste, pareciera que lo percibe. Igual pasa con su otra "mamita".

Fabiola ha dejado claro que es "su" "Brujo" y que cuando se marche se lo lleva, o si me voy yo, el gato se queda, así que disfruto lo que puedo de "mi" gato y en secreto, me despido de él un poquito todos los días. No me imagino teniendo un sustituto. "Brujo" es único...

Escucho el cascabel que tiene -para nuestra tranquilidad- en el cuello, pues cuando está silencioso, sólo puede deberse a que está dormido o intentando alguna fechoría, tal como hacer submarinismo en el inodoro si olvidamos cerrar el baño; o sacar las bolsas plásticas del cajón de la cocina; o de las más memorables: Una mañana de domingo, cuando terminamos de poner la mesa para un desayuno de "princesas", habían desaparecido misteriosamente y en nuestras narices, seis preciosas lonjas doraditas de tocineta. Abajo de la mesa, este delincuente peludo se relamía los bigotes. Nosotras, aterradas pensando si le harían daño. Esperamos que eso no haya afectado sus niveles de colesterol, ni tupido sus gatunas arterias. ¡Es un adorable rufián! Siendo pequeño, se quedó una vez encerrado dentro del refigerador y casi me vuelvo loca buscándolo.

Esta es la historia de "Brujo". La de los hechos. Sin embargo, en las emociones, debo admitir que esa Herminia chiquita que temía a los perros y detestaba a los gatos, ahora, por obra de la maternidad -mi excusa es que complazco a Fabiola- disfruto como una niña de mis amigos canes que me hacen fiesta, como el buen "Turrón" o "Kanda" o el par de locos "Mac" y "Cocó Colette" del vecindario.¡Les perdí el miedo y los acaricio sin temor!. Así, por obra de "brujería"...

"Brujo" me reconoce y se acerca a olerme o viceversa (lo dicho, se cree perro), ronronea suavemente y se va a dormir a "su" silla. Recordemos que es el propietario de la casa y nosotras, sus huéspedes. "Brujo" conversa conmigo -es el mejor oyente del mundo- y está de acuerdo con mis opiniones políticas y mi desprecio a la moda.

Ya dejamos de recluirlo en la cocina y anda por casa sin hacer estropicios. Igual los sábados y domingos -dichoso él, que no tiene calendario- si duermo un poco más allá de las 6:00 a.m., va hasta mi puerta con toda la cortesía del mundo -es un caballero-, maulla suavecito y rasca un poquito mi puerta para que lo alimente. Bien sabe que su otra mamita duerme como un tronco. Lleno su plato y vuelvo a la cama.

Es grato tener a este loco en casa. Aún no me marcho y ya lo extraño.

jueves, 27 de enero de 2011

http://lacomunidad.elpais.com/puerto-libre/2011/1/20/los-veleros-monogamos

Sin desperdicio. Les invito a leer este blog de mi paisana. Esta entrada en particular, me gustó mucho.

domingo, 11 de julio de 2010

Dos veces la misma muerte...

Anoche, alrededor de las 9:30, salí a buscar a mi hija menor. Al bajar de la Cota Mil por La Castellana, hacia Chacao, uno de los tantos "lavacarros" que pululan por la zona, se me atravesó. Ahora me doy cuenta que, seguramente, aprovechó la iluminación que le daba mi carro para cruzar. Lo hizo tan cerca, que pude ver nítidamente su rostro, su ropa. Creí que el impacto era inevitable y no frené. Ni siquiera lo consideré. Pensé que seguramente saldrían de la nada dos o tres cómplices más, para robarme y sabrá usted cuántas cosas más. Con el corazón en la boca, aceleré.

En esta Venezuela violenta, reinado de impunidad absoluta a todo nivel, hemos terminado por convertirnos todos a esta paranoia. Fríamente, sin ninguna compasión, decidí que no iba a parar y que si lo mataba, bien muerto allí se iba a quedar. Lo que me estremeció fue la sangre fría con la que decreté la muerte de un semejante.

Y llegué a recoger a Fabiola temblando. Llorando por esa Herminia incapaz de matar a un semejante que murió de nuevo anoche. Que pasó por esa misma muerte hace un montón de años cuando dos rufianes intentaron, a punta de pistola que es entregara el carro. No lo hice y expuse mi vida y dedicí pasarle por encima al que me encañonaba, porque no iba a entregarles cuatro niños pequeños que iban conmigo. El carro era lo de menos. Siempre se puede reponer. Afortunadamente, por mi expresión deben haber sabido que no había marcha atrás y se fueron. Me libré de matarles. A veces Dios existe y cuida de nosotros.

En esta vorágine de violencia, lloro otra vez por la que jamás volveré a ser. Me siento terriblemente mal conmigo misma y por otro lado, extrañamente serena al saber que en esta jungla salvaje, mi instinto de supervivencia y el de protección a la especie funcionaron y siguen funcionando. ¡Qué tristeza haber llegado hasta este extremo! Fabiola ha intentado consolarme sin mucho éxito.

Anoche, contra todas mis buenas costumbres, me senté yo sola a beberme tres tragos de tequila puro. El alma, poco a poco, me volvió al cuerpo. Un alma triste, decepcionada, pero también aliviada de estar a salvo de haber cometido un acto horrible. La pregunta que me queda es: ¿Hasta cuándo?

Quiero un hombre

Mi queridísimo sobrino mayor, Alan, recientemente escribió en su blog http://alanet4u.blogspot.com/ una lista muy hermosa sobre la mujer que quiere. Su petición fresca, apasionada, intensa, me puso a reflexionar. Con 30 años más de vivencias, me doy cuenta que al final, todos andamos en lo mismo. En lo que no coincido con Alan es en el hecho de que este amor no existe. Yo creo que si, que existe, que es, que está. Soy tal vez una ingenua, o demasiado optimista, o sencillamente, realista. La experiencia me ha enseñado, que los milagros ocurren, son cotidianos y los vivimos siempre. Y el amor, siempre el amor, es el más cotidiano y repetido de todos los milagros. Parafraseando a Alan, escribo:

Quiero un hombre...
Un hombre que me entienda y que si no puede hacerlo, me deje ser y hacer, hasta que yo entre en razón o él comprenda lo que me pasa.

Un hombre que mienta descaradamente y me diga que tengo los pies hermosos.
Un hombre que se asombre como yo y mejor aún, conmigo, de los millones de tonos de verde que existen. Que le sorprenda la vida, la belleza, lo cotidiano.
Un hombre que alegre mis días con carcajadas. Que me haga reír. Que tenga sentido del humor.

Un hombre que ría conmigo, y por qué no, que se ría de mis manías y mis pequeñas tragedias. Un hombre que no se tome en serio mis tonterías aunque seriamente me consuele de ellas.
Un hombre que se quede dormido a mi lado mientras leo o coso. Que sepa acompañarme en el silencio.

Un hombre que rete mi inteligencia, que me empuje, que crea en mí.

Un hombre que le gusten los niños tanto como a mí. Que aspire a tener nietos para consentir.
Un hombre que escuche “Nessun Dorma” con Pavarotti http://www.youtube.com/watch?v=RZCZ1tbLw6s o Sarah Brightman http://www.youtube.com/watch?v=I6yneu-bcXU (mis dos versiones favoritas de esa hermosa aria de “Turandot”).

Un hombre que aunque no comparta mi gusto, respete mi mezcla de emociones con el Adagio de Albinoni http://www.youtube.com/watch?v=XMbvcp480Y4 .

Un hombre que entienda mi a veces repentina nostalgia por mi patria y mi llanto cuando escucho http://www.youtube.com/watch?v=LX7Dikxmt3U con Nana Mouskuri o “México lindo y querido” en la voz del inolvidable Jorge Negrete http://www.youtube.com/watch?v=lRmov1Wnoxo&feature=related o en la de Alejandro Fernández http://www.youtube.com/watch?v=fI7-0DQqs8U

Un hombre que me acompañe una tarde soleada a volar un papalote. Un viejo anhelo incumplido. O que me lleve la serenata que nunca recibí.

Un hombre que festeje mi maquillaje y también, mi cara lavada.

Un hombre que cuente mis pecas. Y le gusten. Y las vuelva a contar…
Un hombre que no apague siempre la luz cuando hagamos el amor. Que encuentre hermosa mi desnudez a pesar de los años, del desgaste, de los embarazos, de la vida.

Un hombre que me busque en la oscuridad. En la de la noche, en la del alma.

Un hombre que no se asuste cuando yo le diga “te amo”.

Un hombre que responda a un “te amo” con una sonrisa, con un beso, con un “y yo a tì”.
Un hombre que no se deje llevar por las apariencias, ni juzgue sin analizar.

Un hombre tan fuerte, que sepa pedir ayuda. Que sepa mostrarse vulnerable, que busque consuelo. Que se refugie en mí, sin pena, sin miedo, con confianza.
Un hombre que quiera viajar. Que disfrute enseñándome el mundo que conoce y comparta y disfrute conmigo el que podamos conocer juntos.
Un hombre que me deje leerle poemas de Benedetti o Neruda. Mejor aún, que me los lea.

Un hombre que me quiera con todos mis defectos y admire mis pocas virtudes.
Un hombre que no tenga miedo de amar.
Un hombre que le guste echarse sobre la tierra a mirar el cielo y buscarle forma a las nubes.

Un hombre que ame la lluvia, su sonido, su aroma. La vida.

Un hombre al que le guste el mar y la playa.
Un hombre que me acompañe mientras cocino. Y si cocina, me deje acompañarle

Un hombre de mentalidad abierta, que respete y acepte que los demás tenemos diferentes puntos de vista y preferencias. Que no haga de sus ideas dogmas de fe.
Un hombre que me haga sentir viva, porque a su vez, se siente vivo.
Un hombre que tenga sed de aprender, de vivir, de amar.
Un hombre que le guste tomar fotografías. Que encuentre belleza en donde los demás, a veces, no la vemos, y, que comparta sus hallazgos.
Un hombre que me haga perderme en sus ojos y también, en sus brazos.
Un hombre que no fume, beba poco, cuide su salud y su aspecto.

Un hombre que me bese con calma, con pasión, con locura, con ganas, con insistencia.

Un hombre que me deje entrar en su mundo.
Un hombre que me diga dulcemente al oído: te amo. Que lo repita con frecuencia.
Un hombre que no tenga miedo de hacer su vida a mi lado.

Un hombre que no se desanime con los obstáculos. Que cuente conmigo para sortearlos.

Un hombre que sea mi compañero de ruta.

Un hombre que sepa que soy una mujer y me trate con respeto y equidad. No digo igualdad, porque no somos iguales ¡Viva la diferencia!
Un hombre que me regañe porque no cuido mi salud. Que se preocupe por mí, por mi seguridad.
Un hombre que entienda que antes de él, tengo una vida. Que respete mi espacio con mi familia y mis amig@s.
Un hombre que sea buen padre con sus hijos.

Un hombre que se lleve bien con mis hijas, o que no tome en consideración sus malcriadeces.
Un hombre que entienda que el vínculo con el padre de mis hijas va a existir siempre, por eso, porque siempre es y será el buen padre de mis hijas.

Un hombre que tenga seguridad en sí mismo y comprenda que hay capítulos cerrados en libros que necesariamente deben quedar abiertos porque la historia se sigue escribiendo.
Un hombre con quien empezar de nuevo. Que crea que el amor es un milagro cotidiano y que los milagros, ocurren.

A cambio, aquí está una mujer que tiene el corazón grande, la piel suave y el alma abierta. Que puede y quiere dar tanto como pide y más.

Lo mejor, es que ese hombre existe y seguramente nos tropezaremos en algún momento. O tal vez haya ocurrido ya.

Por eso, estoy inquieta, contenta, insegura, feliz, aterrada, exaltada, fascinada, triste, enamorada, loca, cuerda, soñando y despierta... Como dijo el gran Benedetti…. Radiante y jodida… o Viceversa.

jueves, 13 de mayo de 2010

EXTRACTOS I


"EXTRACTOS" Son fragmentos de reflexiones desveladas, de cartas escritas a algun@s amig@s y de "desvaríos varios" de estos últimos años.

Julio 2008
Las relaciones son puentes de arco que se construyen para que dos orillas puedan comunicarse. Se levantan para llevar y traer emociones, trabajo, sentimientos y vivencias de un extremo a otro, en beneficio mutuo. Y éstos, los puentes, se tienden desde los dos márgenes para que se encuentren en algún punto central. No existe forma de poner en pie uno que se edifique solamente desde un solo borde.

Lo más valioso (quizá lo único que verdaderamente lo es) que tenemos los seres humanos es nuestro tiempo. Todo aquello de lo que somos o hemos sido dueños, puede, de una forma u otra, ser perfeccionado, incrementado, mejorado, y si se ha perdido, ser recuperado. El tiempo no. El tiempo no regresa. Infortunadamente, no podemos pedir un reembolso por el que malgastamos o no usamos debidamente, ni tampoco deshacernos del que nos fue ingrato, ni prolongar indefinidamente el que fuera precioso, pacífico, pleno o feliz. Hay un bolero que dice que “el beso que negaste, ya no lo puedes dar”. El tiempo no va a volver para obsequiarnos la oportunidad de dar ese beso que en su momento, no dimos. Su pérdida es irremediable.

domingo, 9 de mayo de 2010

La tarde del 28 de julio o las ventajas de ser miope.

Este relato fue escrito en 2008.

Algunos “defectos” nos proporcionan placeres inesperados, inéditos e inefables. Hoy emprendí en solitario (mi compañera no estaba) mi acostumbrada caminata vespertina. Finalizaba un copioso aguacero y el cielo lucía más o menos en calma. Media vida en esta Caracas me hizo meter mis llaves y el celular en una pequeña bolsa plástica, en vez de echarlos directamente en el bolsillo del pantalón. ¡Algunas veces soy tan sabia!

Enfilo decidida por la Calle 5 hacia la Calle 2, subo afanosa por la Calle 6. ¡Muy bien, ocho minutos! Empiezo la segunda vuelta, la cierro en siete. ¡Bravo, soy una atleta! Inicio la tercera con menos ímpetu y disfrutando los aromas de la tierra mojada y del ventarrón que presagia agua. El aire huele a lluvia. No termino de pensarlo cuando el cielo se viene abajo. Gruesísimas gotas de agua caen sobre mí… “Raindrops keep falling on my head…” Me cercioro de que las llaves con el control remoto y el teléfono están a buen resguardo y bendigo este clima gentil que me deja caminar bajo la lluvia sin riesgo de pescar una pulmonía. Siento y miro mi vestimenta empapada y me alegra tener puesta la franela gris que es gruesa y por ello, no dar el show de camiseta mojada, nada apropiado para una cincuentona (no soy Madonna).

Un par de personas corrieron a guarecerse y sorprendidas me miraron continuar mi caminata sin cambiar el paso. Alzo los brazos al cielo agradeciendo el agua incontaminada que me permite lavar mi rostro, mi alma y las perlas cultivadas de mis aretes (no debemos lavarlas con agua tratada, pues pierden su brillo), El torrente que baja por la calle engancha mi yo niña y me invita a chapotear en la corriente. Salto alegremente, los zapatos se llenan de agua, la sensación de pies mojados y fríos raya en lo sublime y me divierto chapoteando ante la estupefacción de mis vecinos. Los zapatos suenan “scuishhh” y “plsssssssh”, lo que me hace reír a carcajadas -está loca de atar, pensarían-. En menos de dos minutos estoy hecha una sopa. Mis lentes empañados y mojados no me dejan ver, así que me los quito y los cuelgo del cuello de la camisa.

Subo nuevamente por la Calle 6 tratando de sortear el torrente de agua que baja haciendo un ruido glorioso (cuando no tengo lentes mis oídos se aguzan), y con la cara escurriendo lluvia, miro al cielo y, entonces, ocurre el milagro. La llovizna, la bruma, el verde lujurioso del Ávila, el edificio de un rosado absolutamente indecoroso, todo contemplado desde la magnificación de mi miopía, me dieron una visión extraordinaria de luz y color. Por unos instantes me sentí caminando dentro de uno de los hermosos paisajes de Monet o Renoir. Perdí por completo el enfoque de los contornos y a la luz del atardecer, dentro de la neblina y la lluvia, fui testigo excepcional de una explosión de tonalidades y matices. Los dos tonos de rosa del estrambótico edificio, parecían una abundante floración sobre los infinitos y brillantes verdes del Ávila. El asfalto negro de la calle se volvió de un gris más amable, suavizado por el agua y la bruma. Fue mágico.

Amainó el chubasco y empezó a soplar una suave brisa que trae de nuevo el aroma atávico, eterno de la tierra agradecida. Me llega un lejano efluvio de algún jazmín sacudido por el agua y que empieza a seducir con su aroma al caer la tarde. Supongo que este olor se mezcla con el de mi colonia mañanera, ahora lavada por la lluvia. Me gusta esta combinación de olores a caminata, colonia y humedad. Huelo a ser humano vivo. Más que eso, a ser humano consciente de estar vivo. Siento un poco de frío. La temperatura ha descendido y mi piel erizada es la respuesta. Lejos de resultar incómodo, el leve temblor me hace apurar la marcha y entro de nuevo en calor.

Al moderarse el ruido de la lluvia, empecé a prestar atención al resto de los sonidos. El viento hizo sonar los diversos móviles colgados de las ventanas. Escuché el eco dulce de cañas huecas, después un tintinear de campanas y de fondo un lejano reloj de péndulo dio la media hora, trayéndome el recuerdo de la casa de mis abuelos. Quedaba una suave llovizna, que finalmente cesó, dando paso a otros sonidos de la naturaleza. El raudal que iba calle abajo disminuyó notablemente para dar paso a un hilillo de agua que producía un suave y constante susurro. Algunos grillos empezaron a cantar. Vi tres o cuatro golondrinas salir de sus nidos, dar un corto vuelo y regresar a su cobijo. Algunos pájaros piaron.

A pesar de estar empapada, sigo caminando, pues me faltan aún tres vueltas. Llama mi atención el casi imperceptible sonido de un motor. Paso al lado de un automóvil gris de vidrios negros que no permiten ver hacia su interior y me bastó el leve balanceo del auto para entender lo que estaba pasando… ¡Que envidia! ¡Haciendo el amor bajo la lluvia y a plena luz del día! El movimiento disminuyó a mi paso y continuó después de mí. No sería yo la que interrumpiera el idilio… Sigue el suave vaivén…

Doy las tres vueltas que faltan. La pareja sigue amándose, amparada en el anonimato de los vidrios negros. No puedo asegurarlo pero deben ser jóvenes. ¡La osadía los acompaña! O tal vez no lo son tanto… algún recuerdo travieso de mis aventuras no tan mozas acude a mi memoria. Sopla un suave céfiro que viene del oeste. Tiempo de regresar a casa.

Contenta, mojada, con la piel llena de humedad y aromas, los ojos deslumbrados de colores y formas, sigo mi naturaleza epicureista y me regalo una ducha de agua tibia con jabón perfumado de hierbas. Salgo feliz del baño, oliendo aún a lluvia y también a romero. Siento el cuerpo y el alma lavaditos, ligeros. ¡Es tan bueno estar viva!